Padre ausente, invisible, e
inexistente; madre distante, infeliz, muerta pero viva para los golpes y
humillaciones. Familia silenciada, avergonzada e inútil; Lucia solitaria, olvidada
y abandonada. Ahora Lucía tiene siete años, y no entiende nada, siente todo,
pero no puede entenderlo. Hay una caja de colores en su habitación, se ha
convertido en el juguete favorito de Lucia, esa caja tan mágica no tiene
control parental, y es así que junto a ella ha ido creciendo.
Pronto ella logra entender más de
lo que un día soñó entender, pero ha dejado de sentir poco a poco, ahora es
solo un rompecabezas confuso de imágenes, sonidos, movimientos, expresiones y
opiniones captadas a lo largo de estos años. Ahora Lucía tiene doce, ha tenido
relaciones inestables desde los once, ¿sexo? Aun no, pero dice que pronto lo
hará. Si hay alcohol, y hay drogas, aunque la que más le gusta es su pequeña
caja de colores brillantes y sonido estéreo ubicada sobre la cómoda de su habitación.
Personas insignificantes, traicioneras
y mentirosas, así ve Lucía a las personas, pero aun sigue confiando, una y otra
vez en los y las que dicen amarla, confía su mente y confía su cuerpo, ella
dice que se arrancado el corazón, promete, y también jura por sus dioses que
nada volverá a ser igual, y piensa en ser mala. Pero Lucía aun llora, en
silencio se desmorona, en instantes corre a los brazos de un desdichado para desahogar
sus penas, y todo vuelve a pasar de nuevo. Ahora Lucia tiene dieciséis.
Con el tiempo Lucía se da cuenta
que ella también puede lastimar, y lo hace con temor las primeras veces, pero
empieza a disfrutarlo cada vez más, aunque sabe que ella también sufre. Aun continúa
llorando, pero por dentro, por fuera Lucía se encuentra intacta. Ahora de veinte
años, ha dirigido por primera vez su mirada a un espejo, y se ha quedado
pasmada, ha tomado las tijeras, el maquillaje, las revistas de moda y por
supuesto ha encendido su televisor, es tiempo de hacer un cambio.
Lucía está más sola que nunca, y
más bella que nunca también. Ahora ella es del mundo, del día y de la noche, de
los momentos de calma y de aquellos momentos imposibles de recordar, pero también
es de nadie, está para ella y nadie más. Es una egoísta temerosa de morir por
amor, ¡oh, sí! Lucia aun cree en el amor.
Hombres, mujeres, no importa su edad,
para ella son inevitables. Pero si importan los años que carga Lucia, el mundo
no es tan invisible hoy en día, toda criatura viviente alrededor suyo parece
ser feliz estando emparejada, es en estos momentos cuando Lucia comienza a
entender y a sentir verdaderamente la soledad, entonces piensa que quiere
enamorarse.
Ella logra esconder su pasado,
treinta y cinco años de dolor ahora parecen una simple y pequeña nube negra en
su pensamiento. Lucía cree ser feliz al lado de su elegido, se siente llena,
pero está vacía. Pronto él lo nota, su aspiración más grande es cocinarle el
desayuno, y servirle a “como se debe”, no puede controlar su cariño, pronto
empieza a excederse con el romanticismo y da a entender que está loca, luego nadie
entiende si lo que siente son celos o delirios, pero él decide estar con ella
de todas formas.
Ahora Lucia tiene hijos, y
después de cuarenta y cinco años las situaciones familiares no han cambiado del
todo, para su pequeño Sebastián todo está distante de su mundo, el tiene más
cajas de colores de las que soñó Lucia, él desde pequeño aprende a desbloquear
el control parental, pareciera que la historia se repite, pero esta vez hay una
variante; su amado esposo no la soporta, decidió quedarse junto a ella,
pero siempre desahogaba su frustración con
sus amantes, eso impidió que no abandonara a Lucia, y también le impidió cometer
alguna locura en momentos de desesperación, para su querido esposo fue de mucha
ayuda, pero eso no evitó que Lucia de cuarenta y cinco años tomara una
pastilla, pastilla del amor, ¡oh, sí! Lucia aun creía en el amor.
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