(Precuela de "Abigail", leanla en el orden que deseen, faltan cuentos entre una y la otra)
Irene caminaba junto a Sebastián por la calle de las llantas, platicaban mientras esperaban a que el sol se pusiera frente a ellos. Todas las tardes el sol se ocultaba con la misma belleza de la tarde anterior, era una sensación tan indescriptible, que un muchacho de la casa B-14 salía diario a tomar fotos del atardecer, pero nunca encontraba una que reflejara lo que él veía. Cuando ya se acercaban al final de la calle ella detuvo a Sebastián y le pidió que doblaran a la derecha, ella quería comentarle un asunto importante y él, solo quería estar con ella.
-Imagina a una mujer agonizando, acostada boca arriba, que apenas puede respirar. Es una mujer que en esos momentos de vida y de muerte no hace más que recordar. Ella está rodeada de gente, pero se siente sola, y por horas el hombre que ha estado con ella toda su vida se queda cuidándola, pero se siente sola. No hace más que recordar al amor de su vida, y cree que su amor sigue vivo y vive muerto. Imagina a esa mujer llorando, y a muchos otros llorando a su lado, sin saber que ella no los quiere ahí, pues son un estorbo, al murmurar le impiden recordarle con claridad, es suficiente con el sonido de sus suspiros para sentir que se marcha, y ella no quiere marcharse, no sin verle una vez más. Entonces, imagina a esa mujer que muere, después de muchos días de dolor, sin ninguna expresión en el rostro, con lágrimas en los ojos, con su vista dirigida a una gaveta cualquiera, de un estante cualquiera, y antes de guardar silencio para siempre, ella deja salir una palabra de su boca: Aurelia – Empezó por relatarle Irene a Sebastián.
-Dime, Irene, ¿Quién es esa mujer de la que hablás?- Preguntó él, extrañado.
-Mi abuela.
-Y a que viene todo esto, ¿Quién es Aurelia? ¿De quién estaba enamorada? No logro entender.
-Te llamé para platicarte lo siguiente, cuando mi abuela murió yo encontré el diario de mi madre en un estante que ella observó antes de morir, aun no termino de leerlo, pero está lleno de historias de cuando mi madre vivía en El Manantial, menciona mucho a un tal Emilio, pero… lo interesante son las cartas que encontré en el diario, no eran de mi madre, sino de Aurelia para mi abuela…
-Entonces…
-Entonces, yo creo que mi abuela y Aurelia eran amantes, mira… si pudieras leerlas…
-¿Tu abuela era… lesbiana? ¿Qué hiciste con las cartas?
-No pienso mostrarlas… pero hay algo más, hay una fecha en la que Aurelia dejó de escribir, y coincide con la última vez que mi madre dejó de escribir en su diario. Quiero ir a El Manantial, pienso que ahí descubriré la verdad.
-Me parece innecesario, podrías hablar con tu abuelo y preguntarle, a él le fascina contar historias.
-No, no quiero arriesgarme, el está muy dolido por la muerte de mi abuela y no quiero molestarlo.
Sebastián yo no conozco mi pasado, nunca conocí a mi madre, ni una foto, ni un relato que valiera la pena, lo único que tengo es ese diario, quizás si reconstruyo su pasado y el de mi abuela mi vida tenga algo de sentido.
- Pero… ¿A quién vas a encontrar ahí? No tenés idea si Aurelia sigue viva, o si ese tal Emilio aun vive en El Manantial.
-No me estas escuchando, como siempre. Ya he tomado la decisión.
-Voy con vos entonces.
-Para nada, es un asunto que quiero resolver sola.
-Y si…
-Sebastián, no insistas por favor.- Fueron las últimas palabras de Irene para Sebastián esa tarde.
Partió hacia El Manantial muy de mañana, dejó una carta a su abuelo diciendo que saldría de viaje por una semana, tomó dinero de sus ahorros y llevó solo una mochila con ropa y jabón.
El camino hacia la comarca era largo, casi un día de viaje, tendría tiempo para ojear el diario de su madre, conocerla a través de sus palabras, y tratar de imaginar ese lugar al que iba. Después de leer unas cuantas páginas Irene se quedó dormida, el ruido y humo proveniente del bus en que viajaba la mareó, ella quería seguir leyendo, pero debía dormir. Despertaba cada vez que el chofer hacia movimientos bruscos, o cuando el bus saltaba a causa del mal estado de las carreteras, muchas veces golpeaba su cabeza contra la ventana, maldecía con susurros al conductor y se dejaba hipnotizar por el camino.
El bus avanzaba pese a las dificultades, el cobrador iba anunciando las paradas próximas mientras pedía los boletos de los pasajeros al salir; -“música del rancho”-, anunciaba el locutor de la radio, las letras depresivas y melancólicas empezaban a molestar a Irene. Sebastián había tomado por asalto sus pensamientos, extrañaría caminar junto a él por la calle de las llantas, y verlo dejase capturar por la imagen del poniente mientras ella observaba discretamente al fotógrafo de casa la B-14 sin que él lo notara.
-¡La sansarra! ¡La mecha! ¡El Pa´lante! ¡Las nubes! ¡Los chocoyos! ¡La media luna! ¡El cruce! ¡Los muelles! ¡El Manantial!... ¡El Manantial! ¿Nadie baja?- Preguntó el cobrador observando a la gente dormida.
-¿El Manantial dijo?, ¿no es muy pronto para llegar ahí?- Le respondió Irene, un poco tímida.
-¿Y qué hora crees que es hija?- le dijo una señora que también iba bajando- has pasado dormida todo el camino y por eso te desorientaste- insistió.
Irene bajó del bus junto a la señora, era de madrugada, el sol saldría en unas horas, pero aun se escuchaba el canto silencioso de la naturaleza, y algunas estrellas parecían luchar en el cielo para no desvanecerse, El Manantial quedaba a veinte minutos de la entrada donde había bajado, ambas emprendieron el camino sin preguntar nada, alumbradas por la luz de la luna, se miraban de reojo, y marchaban al mismo paso, todavía no era tiempo de hablar.
Los arboles eran inmensos, estaban plantados a los costados y detrás de ellos habían campos vacios de tierra marrón. A lo lejos uno podía observar las casas de El Manantial, Irene se mostraba feliz pero temerosa, de pronto se dio cuenta que no sabía qué haría al llegar, ¿donde se quedaría a dormir, donde comería? ¿Qué tan difícil seria encontrar a las personas que buscaba?, decidió entonces hablar con su acompañante.
-Me llamo Irene, vengo del norte- Le dijo Irene, sintiéndose nerviosa.
-Hola Irene, mi nombre es Francisca, y vivo en El Manantial, ¿Qué te trae por aquí?- Le respondió la mujer, con voz fría.
-Vine a buscar a unos familiares, ¿habrá alguna posibilidad de que usted los conozca?- Le dijo, con un tono de voz ansioso.
-Aun, no sé sus nombres. Le respondió aquella mujer.
-Disculpe. Busco a una mujer, llamada Aurelia, a su esposo y si es posible a su hijo Emilio.
La mujer se detuvo por un instante, y siguió caminando.
-Los conozco. ¿Son familiares tuyos decís?- le respondió Francisca, siempre viendo hacia el frente.
-Algo así. Me urge encontrarlos- replicó Irene, con un rostro de emoción.
-Entiendo, creo que podría llevarte a su casa hoy, cuando salga el sol, y podrías pasar la noche en mi casa, si no te molesta.
-No creo que eso sea ningún problema, en verdad se lo agradezco.
Irene y francisca siguieron caminando hasta llegar a una casa pequeña, con un candil encendido fuera de la puerta, el perro que estaba fuera ladró con dolor, corrió moviendo su cola y cabizbajo, las acompañó hasta la puerta y luego se echó fuera. Por dentro de la casa no había divisiones, Francisca solo tenía un catre para dormir, no había televisión solo una radio pequeña, al lado de un cerro de periódicos empolvados.
-Hija, voy a buscar unas sabanas, te prestaré uno de mis colchones, espero que no te moleste dormir en el piso, pero como ves no hay mucho espacio.
-No hay problema.
-El Manantial es un lugar bastante grande, a simple vista pareciera olvidado, pero aun hay un poco de vida, de vez en cuando la gente despierta y hace de él un lugar maravilloso, aunque sea por algunos momentos.
-Dígame, ¿conoce usted bien a mis familiares?- le preguntó Irene a la mujer que terminando de acomodar el colchón se recostaba en su catre.
-Algo así-le respondió Francisca con la voz cansada, y luego se quedó dormida.
A la mañana siguiente, caminaron hasta la casa de Aurelia, el lugar era único, por la mañana todo era distinto, las personas salían a hacer sus compras y limpiar sus patios, los niños corrían para ir a la escuela, y veía pasar uno que otro carro, aun así El Manantial tenía ese vista mágica, misteriosa.
-Ahí es- le dijo Francisca, indicando que habían llegado.
-¿No viene conmigo?- exclamó Irene.
-No. Tengo trabajo, si no encontrás donde quedarte a dormir, podes pasar la noche conmigo de nuevo, no hay molestia, pasá por el cementerio, ahí cuido algunas tumbas, después nos vamos juntas a mi casa- Le respondió Francisca, con la voz casi dormida.
-Gracias, ha sido de mucha ayuda Francisca- Le contestó Irene mientras se acercaba a la puerta.
La casa de Aurelia también parecía abandonada, un pequeño muro le impedía entrar, estuvo fuera al menos quince minutos, llamando, gritando, lanzando piedritas a las ventanas, pero no se escuchaba ni un alma, ni si quiera un perro, entonces decidió sentarse fuera a esperar a que alguien saliera o llegara, sacó comida de su mochila y también el diario de su madre. Mientras buscaba las cartas que Aurelia escribió a su abuela un anciano se acercó a preguntarle que hacia ahí.
-Espero al dueño de la casa-Le respondió temerosa.
-Ese soy yo- le dijo el anciano.
-Entonces, lo espero a usted- le contestó Irene.
Una vez que estaban dentro, Irene trató de explicarle que había viajado desde el norte tratando de reconstruir el pasado de su abuela y su madre, y por eso había venido a buscar a Aurelia, o algún familiar que estuviera vivo.
-Francisca, la mujer de las tumbas me dijo que la familia de Aurelia vivía en esta casa- le dijo al señor.
-Yo soy esposo de Aurelia, bueno… lo era, ella murió hace unos meses- le contestó el anciano, un poco desatento.
-Lamento mucho oír eso, pero quizás usted pueda ayudarme, o su hijo Emilio, ¿Podría hablar con él?
-Eso depende, ¿Te gusta hablar con los muertos?-le respondió el anciano, con lagrimas en los ojos.
-Disculpe. No sabía que ellos…
-No es tu culpa… ¿En qué puedo ayudarte?
-Yo tengo unas cartas que Aurelia le enviaba a mi abuela, y la última carta la escribió el mismo día que mi madre dejó de escribir en su diario, y…
-¿Quién es tu abuela?
-Se llamaba Irene, igual que yo… disculpe, aun no sé cómo se llama usted.
-Irene… yo soy Ernesto… Irene, ¿vos sos hija de Abigail?
-Si señor…
-¿Y Sabés quien es tu padre?- le dice apresurado-No podría ser él-Murmura.
-No señor, no sé quién es- responde Irene mientras le observa sorprendida.
-Dios mío, han pasado tantos años, ¡tantos años! y ahora venís con el recuerdo de esa muchacha, y de esa mujer…
-¿De qué habla?
-Mira, puedo contar la historia de tu abuela y Aurelia, es algo que he superado con el paso de los años, pero no puedo… no puedo decir mucho de tu madre, ella se fue muy joven con tu familia, y no quiero… no puedo hablar de ella, y ¿Adrián aun vive?
-Toda información que pueda darme será de mucha utilidad, yo no conocí a mi madre, lo único que tengo es un diario que descubrí por casualidad, le suplico que me ayude… y si mi abuelo aun vive.
-Dios mío, debo decir que nunca espere esta visita, y mucho menos que Abigail tuviera una hija, pero está bien, si así ha de ser…
Hace algún tiempo, mientras agonizaba, Aurelia me confesó algo que yo sospeché desde siempre, pero nunca lo mencioné, pues temía que mis sospechas nos separaran; ella me pronunció una frase que todavía me persigue, pero se ha vuelto menos tormentosa con el paso del tiempo- Siempre la amé- me dijo antes de morir.
Verás, de no ser porque años atrás ya había leído una de las cartas que ella le escribió a tu abuela, esa frase para mi simplemente hubiera sido un enigma que hasta el día de hoy estaría intentando descifrar, pero esas cartas que vos tenés son muy claras, seguramente ya lo habrás notado. Para mí fue un golpe fuerte, estuve deprimido por mucho tiempo, el dolor y la furia me destruían por dentro, pero siempre traté de ocultarlo, no quería dejarla… siempre, siempre la amé. Además ella nunca me trató mal, nunca me hizo daño alguno, siempre me sentí ama… apreciado a su lado.
Ella y tu abuela vivían aquí desde hace mucho tiempo, cuando yo vine supe que eran mal vistas por la gente, decían que su amistad era demasiado extraña, pero como a mí me atraía Aurelia y también sabía que tu abuela Irene era novia de Sebastián, nunca les hice caso.
Tu abuela se casó primero, eso no evitó que ellas siguieran viéndose, era buenas amigas después de todo. A los pocos meses Aurelia y yo nos casamos, y nuestras familias eran muy unidas al principio, criamos hijos de la misma edad, nuestro Emilio y su Abigail, pero a medida que nuestros hijos se iban uniendo como amigos, nuestras familias se separaban, cada año era más notorio. Un día ellos se fueron, no dijeron nada, pero la verdad estaba ahí a la vista de cualquiera, tu abuela y Aurelia seguían siendo amantes, Adrian había tomado desprecio hacia todos nosotros, algunas veces me dormía y despertaba pensando que alguno de nosotros, cualquiera, terminaría muerto, quizás Aurelia, aunque jamás lo hubiera permitido, o tal vez tu abuela a manos de Adrian, o quizás yo por tanta angustia, ninguno murió en aquel tiempo, gracias al cielo.
Adrian tardó mucho en marcharse de El Manantial, yo nunca lo hubiera hecho, aun no sé como comprobó que ellas eran amantes, nunca le mencioné la carta nadie, quizás él descubrió una, o simplemente se hartó de la situación y prefirió marcharse, no sabría decirlo. Quien sufrió más al final, fue nuestro hijo Emilio, la partida de tu madre le afectó mucho.
-Vaya, yo sospechaba lo mismo, leí muchas veces las cartas de Aurelia y no me sacaba la idea de la cabeza…
-Yo la quería tanto, no podía separarla de la persona que ella amaba, nunca podría perdonármelo, no hubiéramos vivido en paz, Adrian no tiene culpa de lo que hizo, de alguna manera lo entiendo, pero, lo mejor hubiera sido dejarla ir, lo mejor para todos, pero nos rehusamos, y les dimos una vida infeliz a las dos- le dijo Ernesto llorando.
-Ernesto, lo lamento mucho- sollozaba Irene.
-No hay problema niña, te dije que lo he superado con el tiempo, espero que te haya servido de algo lo que te dije.
-Sí, me ha servido mucho, aunque creo que no llegaré a saber de mi madre.
-El diario que tenés ¿no es de mucha ayuda?
-No he leído mucho, pero menciona a su hijo en casi todas las páginas…
-Mi hijo, Emilio… el está muerto, murió hace mucho, jamás creí que lo vería irse primero que yo… pero no quiero hablar de ese tema, buscá un lugar tranquilo para leer esas páginas, seguramente encontrarás respuestas.
-Lo haré, muchas gracias, ahora debo irme, me quedaré en la casa de Francisca y debo pasar por el cementerio buscándola.
-Francisca, Francisca… la mujer de las tumbas me habías dicho, debe ser nueva, creo que no la conozco, o quizás no me acuerdo de ella… bien, mucha suerte jovencita.
-Gracias- le respondió Irene a Ernesto y luego se marchó.
Caminó de regreso buscando el cementerio, a pesar de que el lugar era grande no era difícil recordar las calles, mientras caminaba pudo comprobar que la gente la observaba y murmuraba, pero no prestó atención. Al llegar al cementerio no miró a nadie, era un lugar tenebroso y desolado, de pronto un hombre apareció y se acercó a hablarle.
-¿Puedo ayudarla?-Le dijo aquel hombre.
-¿Tiene nombre?- Le dijo Irene desconfiada.
-Me llamo Ignacio, cuido alguna de las tumbas de este cementerio, ¿busca a algún familiar?
-No don Ignacio, busco a una mujer que también trabaja cuidando tumbas, se llama Francisca, ¿la conoces?
-No, debe ser nueva porque no la he visto, de todas formas este cementerio es bastante amplio, yo cuido las tumbas que están allá más al norte, ¿Qué sector cuida ella?
-No lo sé
-¿Dónde vive?
-Allá, buscando la salida, a unos minutos de aquí.
-Entonces debe ser nueva… Francisca, si vuelve pronto quizás la conozca.
-No creo, mejor me voy, ella debe estar en su casa, se habrá olvidado que yo pasaría.
-Disculpa niña, ¿vos tenés nombre?
-Me llamo Irene
-También sos nueva por aquí.
-Algo así.
-¿Vivis aquí o estas de pasada…
-Ya basta con las preguntas, es mejor que me vaya.
-No hay problema,
-Adiós.
Irene caminó rápidamente buscando la casa de Francisca, aquel hombre llamado Ignacio no le había inspirado confianza, su figura le había causado temor. Cuando llegó a casa de Francisca no encontró a nadie, prefirió esperarla y no dormir, pero el tiempo pasaba y la mujer no aparecía. La noche cayó y ella decidió a salir, encendió el candil y lo dejó fuera de la casa. Se dirigía l único lugar seguro, la casa de don Ernesto, pero cuando pasó por el cementerio creyó ver a Francisca, le gritó, pero aquella mujer parecía no escuchar, y seguía avanzando, temerosa, Irene salió corriendo tras ella, hacia el norte, pero no pudo alcanzarla, desapareció en la distancia. En ese momento temía morir, o ser atacada por alguna fuerza sobrenatural, el miedo se había apoderado de ella, cualquier situación le parecía posible, ella esperaba lo peor.
-Decidiste volver, Irene- escuchó.
-¡Aaaaaaaaayyyyyyy!- gritó llena de miedo.
-Soy don Ignacio, no temas- le dijo el misterioso hombre que la había saludado más temprano.
-¿Qué hace aquí?
-Yo cuido las tumbas, y también tengo mi casa cerca de aquí, la pregunta es, que hace una jovencita como vos a estas horas de la noche, en el cementerio.
-Sigo buscando a mi amiga.
-¿Vivis con ella?
-No.
-¿Por qué la buscas?
-Eso no es lo importante, lo que importa es que debo encontrarla.
-Entiendo, no confías en mi, era de esperarse.
-Lo siento…
-No hay problema, no te culpo a vos, si no a este lugar, creo que me ha tatuado la muerte en el rostro.
-¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí don Ignacio?
-Lo suficiente como para asustar a una jovencita tan bonita como vos.
-Perdone, no era mi intención ofenderlo.
-Como te dije, no hay ningún problema. Deberiamos ir a buscar a esa mujer, Francisca.
-Es mejor que quede aquí, por favor no me haga daño
-No pienso hacerte daño, soy un viejo inofensivo… ¿Me vas a decir quien sos?
-Por ahora no quiero hacerlo,
-No sos un alma en pena…
-No don Ignacio, estoy viva, y usted me está asustando
En ese momento aquel hombre empezó a reírse mientras observaba a Irene.
-Hay otras cosas que asustan jovencita, hay días que me quedo dormido sobre las lápidas, y no sé si veo recuerdos, o son mis delirios, pero todo eso que veo niña… todo eso si que asusta
-No entiendo
-Quiero decirte que, algunas veces pienso que este lugar me habla, su voz es fría, la noche me cuenta la vida de algunas personas aquí enterradas… me pregunto si algún día llegará a contar la mía, es que yo ya he olvidado quien soy, lo he hecho a propósito para olvidar mis penas, mis recuerdos son los mismos que los recuerdos de los muertos… Irene, ¿te gustaría escuchar una historia?
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