Reflexión:
Nicaragua, una democracia débil y minimalista.
No es posible que una sociedad se reconcilie en un
contexto de pobreza en el que aún prevalece el régimen de impunidad.
Berinstein.
Los
próceres que nos fundaron, también nos fundieron.
Entre los
meses de Septiembre y Octubre, en Nicaragua celebramos acontecimientos que han
marcado nuestra historia de manera profunda. Desde niños, se nos enseña a
festejar el día en el que alcanzamos nuestra independencia.Y la batalla de Sn
Jacinto, dónde Andrés Castro apedreó a un filibustero llamado Byron Cole, se ha
convertido en uno de nuestros más grandes símbolos de valentía en defensa de la
patria. Igualmente, se nos instruye (de manera general) sobre las acciones de
otros próceres como Rafaela Herrera, Miguel Larreynaga, José Dolores Estrada,
etc. Y en el mes de octubre celebramos el día de la raza o resistencia
indígena.
Pero a pesar
de todo el fervor azul y blanco que domina el contexto social y político del
país durante esos días, es imposible, obviar que la independencia de Nicaragua
y el posterior intento de construir un Estado-Nación, fueron procesos injustos
y excluyentes.
Nuestro
pueblo, indígena, que fue colonizado por el reino de España, se vio obligado a
cambiar sus costumbres religiosas y formas de organización social y política,
además, presenció el saqueo de sus recursos y el arrebato de sus tierras. Por
doscientos años, nuestro pueblo, (indígena, insisto) sufrió la humillación y
represión en su propio territorio.
Cuando
pensamos en fiestas patrias, seguramente, nos formamos la idea de que todo el
sufrimiento de nuestra gente acabó, cuando finalmente, un grupo de hombres tomó
la decisión de independizarse del reino español, pero, la historia no hace más
que demostrar lo contrario.
La
independencia, fue encabezada por los criollos, españoles nacidos en Nicaragua,
los cuales no gozaban de los mismo privilegios que los Españoles nacidos en
Europa, sin embargo, eran la segunda clase social más importante, muy por
encima de los indígenas y otras castas. Durante el proceso de independencia, el
pueblo indígena no tuvo ningún tipo de representación y/o participación.
La clase burguesa (dueños de negocios y terratenientes) y racista, influenciada
por los filósofos iluministas, no concebía posible, ser gobernada por una casta
inferior.
Así mismo, el
proceso de formación del Estado-Nación fue liderado por la burguesía criolla, y
los indígenas fueron utilizados como peones en los enfrentamientos de los
bandos políticos que se formaron a partir de la independencia, los
conservadores, que apostaban por la permanencia del sistema colonial, y los
liberales, influenciados por los filósofos iluministas. Ningún daño hecho a los
indígenas durante el régimen colonial fue compensado por los nuevos
gobernantes, el desarrollo de vida del campesinado indígena no mejoró con la
independencia, todo lo contrario, aún seguían sometidos, pero esta vez el opresor
tenía un rostro cuasi democrático.
El poder y la democracia.
Es lógico, que
si la burguesía criolla encabezó el proceso independentista y el de formación
de un Estado-Nación, acomodaría las leyes y garantías que ofrecerían las
constituciones en beneficio de su clase dominante. La primera constitución de
Nicaragua, promulgada el 12 de noviembre de 1838, intentaba negociar las
diferencias entre Liberales y Conservadores, los sectores más influyentes de la
sociedad. Sin embargo, las rivalidades entre ambos bandos políticos,
desencadenaron una guerra civil en 1834 y otra en 1854, los campesinos
indígenas se encontraban atrapados en medio de ambos bandos, que los utilizaban
como peones. (Kinloch Tijerino, F. 2008)
Durante años,
los gobernantes han ejercido el poder en beneficio de un grupo reducido que es
a fin a sus políticas e ideas, y han desplazado, muchas veces con un éxito
rotundo, a sus adversarios.
De lo expuesto
anteriormente, es posible deducir el concepto de democracia que sigue vigente
hasta la fecha en la cultura política de los nicaragüenses. Como ciudadanos, elegimos
autoridades que nos representen, que tomen decisiones por nosotros, escogemos a
nuestros gobernantes y esperamos que obren en nuestro beneficio y no en el de
la sociedad.
La democracia
como tal es el reflejo de la voluntad de un grupo sobre el otro, debido a que
un candidato solo puede ganar una elección si es elegido por la mayoría de los votantes.
Luego, el elegido tendría que implementar políticas en orden de satisfacer los
intereses y necesidades de los que lo llevaron al poder.
Hasta ahora,
los gobernantes se han encargado de ejercer el poder en beneficio de un grupo
reducido, y han utilizado la democracia como método de sometimiento del pueblo,
ya que es un sistema que no promueve la participación ciudadana fuera del
proceso de votación, el cual se supone como la máxima expresión de la “voluntad
popular”. Los derechos y garantías por las que debería velar el estado, no se
cumplen en su totalidad, ni eficazmente, y muchas veces los conflictos
políticos terminan por empeorar esta situación.
Este es un
aspecto interesante de nuestro sistema democrático, a pesar de contar con
garantías ciudadanas, como el derecho a la libre expresión, no participamos de
manera directa en las decisiones que se toman en el país, más bien, elegimos a
otros para que decidan por nosotros y por los que están en contra y en teoría
podemos protestar sus decisiones, pero no influir directamente en ellas.
(Niekisch, E. s.f).
Los conflictos por el poder.
Los conflictos
entre las élites políticas, han dejado como consecuencia, una serie de
enfrentamientos armados que han causado pérdidas materiales y humanas. Además,
nuestra imposibilidad de llegar al conceso por la vía del diálogo, ha
propiciado las intervenciones de potencias extranjeras, como Estados Unidos e
Inglaterra, y la consolidación de dictaduras militares, como las de José Santos
Zelaya y la de la familia Somoza.
Asombrosamente,
se nos ha enseñado a admirar los actos que se emprendieron en contra de las
intervenciones extranjeras, ya mencionaba el caso de Andrés Castro, pero
también se puede mencionar la gesta de Benjamín Zeledón, Augusto C. Sandino y
la Revolución Sandinista. Pero muy raras veces, hacemos conciencia en que estos
sucesos se pudieron evitar, y fueron causa de la falta de consenso, la debilidad
del estado y la ambición de los gobernantes por conservarse en el poder.
La
consolidación de las dictaduras y regímenes autoritarios han promovido en la
cultura de los nicaragüenses, el miedo hacia los que se encuentran en el poder,
la sumisión ante los intereses de las elites políticas, y la división social,
hasta el punto de que a un ciudadano le basta con que otro no comparta sus
opiniones políticas para considerarlo su enemigo.
Una de las
consecuencias más graves de los enfrentamientos armados e imposiciones de
gobiernos dictatoriales, ha sido el empobrecimiento de las minorías, y su
exclusión social. Durante la dictadura somocista, por ejemplo, todo el poder
económico fue concentrado en manos de una familia y sus allegados, miles de
campesinos fueron expulsados de sus tierras, lo que originó la formación de
cordones de miseria alrededor de las ciudades del pacifico. (Kinloch Tijerino,
F. 2008).
Sin bien, con
el triunfo de la Revolución Sandinista, se alcanzaron grandes logros en el
aspecto social, la guerra contra-revolucionaria, auspiciada por los Estados
Unidos y prolongada por la negativa de ambas partes a buscar el consenso por
medio del dialogo, hizo que nuestro país retrocediera veintiún años,
económicamente. Y de nuevo, las pérdidas humanas y la división de la sociedad
dejó profundas heridas que aun prevalecen en algunos sectores del país.
El proceso de
paz y reconstrucción, emprendido por los gobiernos posteriores al gobierno Sandinista, lejos de mejorar la situación del país la empeoró. El impulso de
políticas neoliberales, la cancelación de todos los programas sociales que
representaban un gasto para el estado, la privatización de las empresas, la
falta de regulación, y corrupción de los mandatarios, generó un sistema
excluyente, y poco confiable.
El cambio al
que debemos apostar.
Tantos años de
historia parecen no habernos enseñado nada. Los nicaragüenses apostamos por la
violencia como medio de resolver nuestros conflictos, los gobernantes, conciben
el poder como un medio autoritario de imponer su voluntad sobre los gobernados,
durante mucho tiempo, derechos humanos como educación y salud fueron
privatizados, y el país ha sido saqueado por corruptos y por empresas que
explotan nuestros recursos naturales y humanos gracias a concesiones
irrisorias. Seguimos regidos por un sistema que favorece a los que tienen más
para que tengan más.
De igual
manera, las atrocidades cometidas en contra de nuestro pueblo indígena, tanto
del pacifico, centro y Caribe han quedado en el olvido de los mandatarios y
jueces que pretenden administrar la justicia del país.
Los
nicaragüenses, seguimos viviendo un sistema democrático que nos representa, pero
no promueve nuestra participación como ciudadanos más allá del voto, y las
instituciones del estado nos violentan (constantemente), desde el momento en que
recibimos mala atención por parte de alguno de sus empleados. El dialogo entre
gobernante y gobernados, sigue siendo inexistente.
En los últimos
años de gobierno Sandinista, se ha hecho un esfuerzo por restituir derechos y
beneficios sociales que fueron negados en gobiernos anteriores, ha sido un
intento por atender las necesidades inmediatas de las personas más
empobrecidas. Pero, el trabajo que debe emprenderse para desarrollar el país
aun es inmenso, todavía existen muchas deficiencias en el sistema educativo, de
salud, seguridad social y problemas de participación ciudadana.
Los
nicaragüenses debemos cambiar nuestra concepción del poder como un medio de
enriquecimiento, y saber que debe ser utilizado como un instrumento de servicio
al pueblo, las nuevas generaciones, no deberíamos ser participes de un viejo
debate que solo busca culpables y no soluciones a los problemas. No se trata de
olvidar los acontecimientos pasados, sino, de participar útilmente como
ciudadanos para contribuir al presente y futuro del país.
El cambio al
que debemos apostar, es a un cambio de cultura política, que no incluya la
violencia como forma de resolver conflictos, y que promueva la verdadera
reconciliación y paz en una sociedad empobrecida y excluida a lo largo de su
historia, en nuestro pensamiento debemos aceptar que los errores deben ser
corregidos y no pueden quedar impunes.
Debemos cambiar por el bien social de la nación. De otra manera, nuestro pueblo
seguirá siendo testigo de cómo la historia se repite una y otra vez. Y aunque
el cambio sea difícil de lograr, especialmente, en personas de generaciones
anteriores, que aun guardan rencores y traumas de los episodios violentos que
les tocó vivir, nosotros, las nuevas generaciones, aun estamos en el momento
adecuado para analizar nuestros errores y hacer un cambio de conciencia. Pero
el cambio de pensamiento no es útil sino es acompañado de la participación.
Merecemos y debemos participar activamente en el sistema democrático, en orden
de velar por el cumplimiento de nuestros derechos, y el impulso de políticas
públicas en beneficio de los intereses generales de la nación y no de un solo
grupo político.
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