domingo, 23 de octubre de 2011

Reflexión: Nicaragua, una democracia débil y minimalista



Reflexión: Nicaragua, una democracia débil y minimalista.

No es posible que una sociedad se reconcilie en un contexto de pobreza en el que aún prevalece el régimen de impunidad.

Berinstein.
Los próceres que nos fundaron, también nos fundieron.

Entre los meses de Septiembre y Octubre, en Nicaragua celebramos acontecimientos que han marcado nuestra historia de manera profunda. Desde niños, se nos enseña a festejar el día en el que alcanzamos nuestra independencia.Y la batalla de Sn Jacinto, dónde Andrés Castro apedreó a un filibustero llamado Byron Cole, se ha convertido en uno de nuestros más grandes símbolos de valentía en defensa de la patria. Igualmente, se nos instruye (de manera general) sobre las acciones de otros próceres como Rafaela Herrera, Miguel Larreynaga, José Dolores Estrada, etc. Y en el mes de octubre celebramos el día de la raza o resistencia indígena.

Pero a pesar de todo el fervor azul y blanco que domina el contexto social y político del país durante esos días, es imposible, obviar que la independencia de Nicaragua y el posterior intento de construir un Estado-Nación, fueron procesos injustos y excluyentes.

Nuestro pueblo, indígena, que fue colonizado por el reino de España, se vio obligado a cambiar sus costumbres religiosas y formas de organización social y política, además, presenció el saqueo de sus recursos y el arrebato de sus tierras. Por doscientos años, nuestro pueblo, (indígena, insisto) sufrió la humillación y represión en su propio territorio. 

Cuando pensamos en fiestas patrias, seguramente, nos formamos la idea de que todo el sufrimiento de nuestra gente acabó, cuando finalmente, un grupo de hombres tomó la decisión de independizarse del reino español, pero, la historia no hace más que demostrar lo contrario.

La independencia, fue encabezada por los criollos, españoles nacidos en Nicaragua, los cuales no gozaban de los mismo privilegios que los Españoles nacidos en Europa, sin embargo, eran la segunda clase social más importante, muy por encima de los indígenas y otras castas. Durante el proceso de independencia, el pueblo indígena no tuvo ningún tipo de representación y/o participación. La clase burguesa (dueños de negocios y terratenientes) y racista, influenciada por los filósofos iluministas, no concebía posible, ser gobernada por una casta inferior.

Así mismo, el proceso de formación del Estado-Nación fue liderado por la burguesía criolla, y los indígenas fueron utilizados como peones en los enfrentamientos de los bandos políticos que se formaron a partir de la independencia, los conservadores, que apostaban por la permanencia del sistema colonial, y los liberales, influenciados por los filósofos iluministas. Ningún daño hecho a los indígenas durante el régimen colonial fue compensado por los nuevos gobernantes, el desarrollo de vida del campesinado indígena no mejoró con la independencia, todo lo contrario, aún seguían sometidos, pero esta vez el opresor tenía un rostro cuasi democrático.

El poder y la democracia.

Es lógico, que si la burguesía criolla encabezó el proceso independentista y el de formación de un Estado-Nación, acomodaría las leyes y garantías que ofrecerían las constituciones en beneficio de su clase dominante. La primera constitución de Nicaragua, promulgada el 12 de noviembre de 1838, intentaba negociar las diferencias entre Liberales y Conservadores, los sectores más influyentes de la sociedad. Sin embargo, las rivalidades entre ambos bandos políticos, desencadenaron una guerra civil en 1834 y otra en 1854, los campesinos indígenas se encontraban atrapados en medio de ambos bandos, que los utilizaban como peones. (Kinloch Tijerino, F. 2008)

Durante años, los gobernantes han ejercido el poder en beneficio de un grupo reducido que es a fin a sus políticas e ideas, y han desplazado, muchas veces con un éxito rotundo, a sus adversarios.
De lo expuesto anteriormente, es posible deducir el concepto de democracia que sigue vigente hasta la fecha en la cultura política de los nicaragüenses. Como ciudadanos, elegimos autoridades que nos representen, que tomen decisiones por nosotros, escogemos a nuestros gobernantes y esperamos que obren en nuestro beneficio y no en el de la sociedad.

La democracia como tal es el reflejo de la voluntad de un grupo sobre el otro, debido a que un candidato solo puede ganar una elección si es elegido por la mayoría de los votantes. Luego, el elegido tendría que implementar políticas en orden de satisfacer los intereses y necesidades de los que lo llevaron al poder. 

Hasta ahora, los gobernantes se han encargado de ejercer el poder en beneficio de un grupo reducido, y han utilizado la democracia como método de sometimiento del pueblo, ya que es un sistema que no promueve la participación ciudadana fuera del proceso de votación, el cual se supone como la máxima expresión de la “voluntad popular”. Los derechos y garantías por las que debería velar el estado, no se cumplen en su totalidad, ni eficazmente, y muchas veces los conflictos políticos terminan por empeorar esta situación. 

Este es un aspecto interesante de nuestro sistema democrático, a pesar de contar con garantías ciudadanas, como el derecho a la libre expresión, no participamos de manera directa en las decisiones que se toman en el país, más bien, elegimos a otros para que decidan por nosotros y por los que están en contra y en teoría podemos protestar sus decisiones, pero no influir directamente en ellas. (Niekisch, E. s.f).

Los conflictos por el poder.

Los conflictos entre las élites políticas, han dejado como consecuencia, una serie de enfrentamientos armados que han causado pérdidas materiales y humanas. Además, nuestra imposibilidad de llegar al conceso por la vía del diálogo, ha propiciado las intervenciones de potencias extranjeras, como Estados Unidos e Inglaterra, y la consolidación de dictaduras militares, como las de José Santos Zelaya y la de la familia Somoza.

Asombrosamente, se nos ha enseñado a admirar los actos que se emprendieron en contra de las intervenciones extranjeras, ya mencionaba el caso de Andrés Castro, pero también se puede mencionar la gesta de Benjamín Zeledón, Augusto C. Sandino y la Revolución Sandinista. Pero muy raras veces, hacemos conciencia en que estos sucesos se pudieron evitar, y fueron causa de la falta de consenso, la debilidad del estado y la ambición de los gobernantes por conservarse en el poder. 

La consolidación de las dictaduras y regímenes autoritarios han promovido en la cultura de los nicaragüenses, el miedo hacia los que se encuentran en el poder, la sumisión ante los intereses de las elites políticas, y la división social, hasta el punto de que a un ciudadano le basta con que otro no comparta sus opiniones políticas para considerarlo su enemigo. 

Una de las consecuencias más graves de los enfrentamientos armados e imposiciones de gobiernos dictatoriales, ha sido el empobrecimiento de las minorías, y su exclusión social. Durante la dictadura somocista, por ejemplo, todo el poder económico fue concentrado en manos de una familia y sus allegados, miles de campesinos fueron expulsados de sus tierras, lo que originó la formación de cordones de miseria alrededor de las ciudades del pacifico. (Kinloch Tijerino, F. 2008).

Sin bien, con el triunfo de la Revolución Sandinista, se alcanzaron grandes logros en el aspecto social, la guerra contra-revolucionaria, auspiciada por los Estados Unidos y prolongada por la negativa de ambas partes a buscar el consenso por medio del dialogo, hizo que nuestro país retrocediera veintiún años, económicamente. Y de nuevo, las pérdidas humanas y la división de la sociedad dejó profundas heridas que aun prevalecen en algunos sectores del país.

El proceso de paz y reconstrucción, emprendido por los gobiernos posteriores al gobierno Sandinista, lejos de mejorar la situación del país la empeoró. El impulso de políticas neoliberales, la cancelación de todos los programas sociales que representaban un gasto para el estado, la privatización de las empresas, la falta de regulación, y corrupción de los mandatarios, generó un sistema excluyente, y poco confiable. 

 El cambio al que debemos apostar.

Tantos años de historia parecen no habernos enseñado nada. Los nicaragüenses apostamos por la violencia como medio de resolver nuestros conflictos, los gobernantes, conciben el poder como un medio autoritario de imponer su voluntad sobre los gobernados, durante mucho tiempo, derechos humanos como educación y salud fueron privatizados, y el país ha sido saqueado por corruptos y por empresas que explotan nuestros recursos naturales y humanos gracias a concesiones irrisorias. Seguimos regidos por un sistema que favorece a los que tienen más para que tengan más. 

De igual manera, las atrocidades cometidas en contra de nuestro pueblo indígena, tanto del pacifico, centro y Caribe han quedado en el olvido de los mandatarios y jueces que pretenden administrar la justicia del país. 

Los nicaragüenses, seguimos viviendo un sistema democrático que nos representa, pero no promueve nuestra participación como ciudadanos más allá del voto, y las instituciones del estado nos violentan (constantemente), desde el momento en que recibimos mala atención por parte de alguno de sus empleados. El dialogo entre gobernante y gobernados, sigue siendo inexistente.

En los últimos años de gobierno Sandinista, se ha hecho un esfuerzo por restituir derechos y beneficios sociales que fueron negados en gobiernos anteriores, ha sido un intento por atender las necesidades inmediatas de las personas más empobrecidas. Pero, el trabajo que debe emprenderse para desarrollar el país aun es inmenso, todavía existen muchas deficiencias en el sistema educativo, de salud, seguridad social y problemas de participación ciudadana.

Los nicaragüenses debemos cambiar nuestra concepción del poder como un medio de enriquecimiento, y saber que debe ser utilizado como un instrumento de servicio al pueblo, las nuevas generaciones, no deberíamos ser participes de un viejo debate que solo busca culpables y no soluciones a los problemas. No se trata de olvidar los acontecimientos pasados, sino, de participar útilmente como ciudadanos para contribuir al presente y futuro del país. 

El cambio al que debemos apostar, es a un cambio de cultura política, que no incluya la violencia como forma de resolver conflictos, y que promueva la verdadera reconciliación y paz en una sociedad empobrecida y excluida a lo largo de su historia, en nuestro pensamiento debemos aceptar que los errores deben ser corregidos y no pueden quedar impunes.

Debemos cambiar por el bien social de la nación. De otra manera, nuestro pueblo seguirá siendo testigo de cómo la historia se repite una y otra vez. Y aunque el cambio sea difícil de lograr, especialmente, en personas de generaciones anteriores, que aun guardan rencores y traumas de los episodios violentos que les tocó vivir, nosotros, las nuevas generaciones, aun estamos en el momento adecuado para analizar nuestros errores y hacer un cambio de conciencia. Pero el cambio de pensamiento no es útil sino es acompañado de la participación. Merecemos y debemos participar activamente en el sistema democrático, en orden de velar por el cumplimiento de nuestros derechos, y el impulso de políticas públicas en beneficio de los intereses generales de la nación y no de un solo grupo político.

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