lunes, 17 de octubre de 2011

Testigo silencioso


Texto creado para la clase de Escritura Creativa, de primer año de la carrera de comunicación social en la UCA, luego de ver la película "Capote".

Después de la masacre. 

Merlín salió de la casa, la calle estaba húmeda y el cielo gris, había llovido toda la noche, pero el ruido de las gotas cayendo sobre el techo y el sonido de los truenos le fueron indiferentes, los gritos de la masacre que había tenido lugar en la madrugada habían captado toda su atención. 

El portón principal se encontraba abierto y frente a la casa estaba el auto del canal donde yo trabajaba. Miguel, mi camarógrafo asignado,  y yo sacábamos los equipos para filmar dentro de la casa y luego llamaríamos a la policía otra vez, habíamos escuchado la denuncia de que un hombre estaba golpeando a su mujer por la radio, ya que usamos la misma frecuencia que la policía para obtener las primicias. 

Cuando las autoridades están ausentes, los medios sensacionalistas somos el refugio de la nación, pueden estar seguros de eso.

 Uno de los vecinos se hartó del maltrato que recibía una mujer llamada Milena, e hizo una llamada para denunciar a su esposo, Ernesto, sin embargo, cuando la operadora le comunicó a la patrulla, uno de los oficiales de turno respondió “¡bah! Eso es asunto de pareja, iremos mañana por la mañana” Pero no llegarían hasta recibir nuestra llamada. Cuando Merlín nos vio, corrió hacia nosotros como tratando de decirnos todo lo que había ocurrido, por supuesto que los gatos no hablan, pero sus ojos color miel parecían hacerlo. 

Miguel no logró pasar a la cocina, el escenario fue demasiado horroroso para él, cogí la cámara y grabé todo, jamás hubiera imaginado el orden preciso de los acontecimientos, pero aquel gato me lo mostró. Intenté abrir la puerta de la sala hasta que logré tumbarla, aquella imagen de la familia acomodada en el sofá, desangrada y con los ojos aun vendados y las manos atadas, era obra de monstruos, monstruos que meramente querían jugar. 

Miguel y yo teníamos material que no mostraríamos al canal, y que nunca comentaríamos, hicimos unas cuantas tomas cuando la policía llegó y dijimos que no habíamos querido entrar por miedo a lo que pudiéramos encontrar dentro. Yo conservé la cinta que grabé y dejé una copia en mi computadora por si algo malo le ocurría a la original. Pasaría horas viendo el recorrido que Merlín hizo ese día, en su memoria estaban las imágenes de uno de los asesinatos más atroces de los últimos años, me hubiera gustado que Merlín me hablara con palabras y no con sus ojos tan confusos y desesperados, decidí que él estaría mejor conmigo. 

Los testimonios que recogí de los vecinos solo me dieron una idea de cómo era el día a día de los Guido, también de cómo eran sus noches, llenas de miseria y dolor para Milena y los niños; con cada relato que recogía el rompecabezas dentro de los ojos del gato parecía menos confuso pero aun indescifrable. El caso no dejaba de fascinarme, la identidad desconocida de los criminales alborotaba mi pensamiento, el hecho de que un gato fue el único testigo óptico del crimen me robaba el sueño, y a la vez me hacía reír un poco. 

Pero, también estaba el desorden, el desastre, las muertes desordenadas ysucias, no dejaba de pensar en que fueron realizadas por principiantes, quizás tipos confundidos o drogados, que entraron a la casa para robar y comprar más droga. ¿Fueron los Guido escogidos al azar? Las versiones cambiaban cada semana, la policía no revelaba nada útil, lanzaban huesos para distraer y apartar la presión de la prensa, pero ningún dato fue de mayor relevancia. 

Entre asesinos.

Cuarenta y cinco días después de que la familia Guido fuera asesinada un milagro ocurrió. Dos tipos detenidos al intentar robar un auto confesaron ser los autores del crimen. La policía no reveló detalles de lo que dijeron, se limitaron a decir que habían confesado, y que robaban el auto para no dejar pista de su escape. Yo no podía ocultar el desconcierto, los ojos de Merlín se aclaraban, pero se mostraban temerosos al ver a los asesinos,  decidí que debía obtener sus declaraciones, que debía conocer sus razones, necesitaba conocerlos.

Conocer a Walter Orozco y a Byron Ortiz parecía imposible, la policía quería tener control total de la información y revelar a la prensa los detalles que les pareciera conveniente. Yo sabía que las sesiones de interrogatorios y psicoanálisis de los asesinos serian exhaustivas, y que todo ese material jamás seria revelado, me parecía que la masacre de los Guido se reduciría a más titulares y notas informativas. 

Una vez que las autoridades “esclarecieran” el asunto, no se debatiría más sobre él, y nadie se esforzaría en investigar. A mí me bastaba con escucharlos, sentía que merecía escribir su historia. Considero que mi condición de mujer joven, me daba ventaja a la hora de pedir favores a mis viejos conocidos, sin embargo, en un caso tan importante, mi condición de periodista sensacionalista o de “sucesos” me restaba importancia y credibilidad. 

Finalmente, logré conseguir una cita con Orozco y Ortiz, tenía claro que dos psicópatas no tendrían ninguna intención de contarme lo que hicieron, pero estar cara a cara con ellos me permitiría ver sus ojos, estaba segura que me contarían algo al igual que los de Merlín.

La plática de mayor utilidad fue con Orozco, al estar frente a él, a penas separados por una ventanilla de vidrio, con agujeros para poder escucharnos no supe que decir, me encontraba nerviosa y alterada por el límite de tiempo que había conseguido, así que fui directa, le mencioné que había grabado todo lo que quedó de la casa de los Guido después de la masacre, que había un testigo óptico de su crimen y que era un gato, pero que yo solo quería saber sus razones para matar a esa familia, y le pregunté por qué habían sido demasiado desordenados. 

Era de suponerse que Orozco se echaría a reír, “yo me acuerdo del gato” me dijo a carcajadas, Sentí que le resultaba fascinante la idea de haberme impresionado con su trabajo. “No pienso responder a sus preguntas… pero si me regala esa cinta yo podría darle, otra” me expresó murmurando, me apresuré a preguntar a qué cinta se refería, mis manos sudaban y mi cuerpo no podía  ocultar la ansiedad, “No pregunte mucho, mejor decida de una vez, no tenemos mucho tiempo” insistió Orozco, así qué le pregunté dónde podía encontrarla, “apunte… de la iglesia san Agustín tres cuadras al norte y una al este” me explicó, y luego se levantó para pedirme mi cinta, y sin dudarlo se la di.

Mi conversación con Ortiz, fue un monologo lleno de divagación e incoherencia de su parte, me di cuenta que Orozco había sido el actor intelectual del crimen y Ortiz el asesino a sus órdenes, parecía un niño engañado, pero de alguna manera, consciente de su culpabilidad. Aun así, reclamaba que no había obtenido la diversión que su compañero le había prometido. Concluí en que eran principiantes, tuvieron mucho tiempo para realizar una matanza más elaborada pero hicieron un desastre. 

Ese día, yo había llevado una grabadora de audio para grabar nuestra conversación y escucharla detenidamente en casa, la idea de redactar la historia de esos tipos me ilusionaba mucho, sin embargo, necesitaba la voz “oficial”, palabras de un oficial de la policía nacional que me explicara cómo los habían capturado. Ninguna de las versiones que había dado la policía antes de capturarlos me parecía creíble, mucho menos la versión final. Además, necesitaba las grabaciones de los interrogatorios, los análisis psicoforenses, todo esto necesitaba y no tenía idea de cómo conseguirlo. En un caso tan delicado como este, es muy probable que tus viejos conocidos te volteen la cara, te ignoren o te den falsas esperanzas, si acaso se llega a conseguir un favor- Como la oportunidad de hablar con los criminales- es casi impensable pedir otro. No tenía dinero que invertir, y respeto demasiado mi cuerpo como para conseguir el material usandolo. 

Doña Esmeralda.

Al salir de la cárcel fui a mi casa, luego me dirigiría buscar la dirección que me dio Orozco para buscar la cinta de la que habló, no sabía que esperar, quizás fue una movida astuta para quitarme mis grabaciones, pero no lo sabría hasta ir ahí y aclararlo todo; llevé a Merlín conmigo porque después de todo era la única protección con la que contaba. 

El lugar al que llegué era un vecindario común y corriente, Merlín parecía estar familiarizado con el lugar, cuando bajé del auto para preguntar si alguien conocía a Orozco o a Ortiz, Merlín entró a una de las casas; fui a tocar la puerta para pedir que me lo regresaran, pero nadie parecía escucharme, arriba de la casa pude observar varias palomas y algunos gatos parecidos a Merlín. Después de un tiempo de tocar la puerta una señora la abrió  y me dijo “¿vos buscás la cinta?” y me quedé muda, la señora me haló para que entrara y me pidió que tomara asiento. 

Merlín se había ocultado detrás del sofá, parecía estar en casa, tardé un poco en darme cuenta de que en realidad el gato pertenecía a ese lugar. Doña Esmeralda, la dueña de la casa me dijo que podía ver la cinta en el televisor de la sala si gustaba, o bien podía llevármela. Después, empezó a contarme sobre la pasión de sus sobrinos por el cine y de lo bueno que le parecían sus muchachos, y por último me dijo que trabajaba haciendo vestidos para muñecas, se los enviaba a su sobrina para que los vendiera pero nunca le había enviado dinero. Yo me encontraba fascinada, había hecho una construcción de los hechos bastante acertada, fue un momento de inspiración, todo empezaba a tener sentido, no podía creer lo que pasaba por mi mente. Dejé a la ingenua señora hablando sola mientras terminaba de coser su vestido y regresé a mi casa a ver la cinta.

Al revisar la cinta numerosas veces, mis sospechas se confirmaron. Orzoco y Ortiz habían elegido a la familia Guido al azar, un día decidieron seguir a Merlín y ver hasta que casa llegaba, y así, eligieron a los Guido como su objetivo. Grabaron el recorrido de Merlín un día antes, el recorrido que hicieron la noche de la masacre, y todo su crimen, desde el momento en que secuestraron dentro de su propia casa a Milena y sus hijos, hasta la hora final de cada uno de ellos. Su pasión por el cine y su condición de dementes los llevó a realizar una película snuff, esto es una grabación de asesinatos reales, las últimas imágenes son las de ellos huyendo hacia la casa de su tía Esmeralda. Me sorprende que no hayan regresado a la mañana siguiente a grabar la segunda parte. 

Después de revisarla una y otra vez me preguntaba como la señora podía ser tan ingenua y como no se había dado cuenta que sus sobrinos habían sido detenidos. Mi intención era enviar toda la evidencia a la policía de manera anónima, pero luego pensé que sería útil para negociar el acceso a información confidencial del caso. Por supuesto que era un proceso riesgoso, pero el material que Orozco me había proporcionado era de suma importancia para ellos y la físcalia: Una confesión incuestionable.

Luego de leer los expedientes y revisar la copia de la grabación que habían hecho Orozco y Ortiz, la historia parecía estar completa, el resultado del juicio era predecible, pena máxima para ambos, pues en Nicaragua no existe la pena capital. La idea de la abogada defensora de reducir los años de condena era simplemente parte de su rol. No obstante, debía esperar a que todo terminara para poder terminar de escribir lo que ocurrió aquella noche.

Testigo silencioso.

Son las 8:45 pm, como siempre Merlín termina de beber su leche y sale de la casa de doña Esmeralda, sus pasos en el techo parecen los de una persona, las palomas se alborotan con su partida y la señora esclavizada por su máquina de coser, le murmura “maldito animal”. 

Merlín salta de casa en casa y luego de recorrer cuatro cuadras hacia el norte se detiene a observar al guitarrista de la casa ochenta y cuatro de la calle de los buses, su nombre es Marco y practica el blues diariamente durante cuatro horas, Merlín logra ver solamente los últimos momentos de su práctica, y después se marcha. 

Recorre ocho cuadras más hacia el oeste y antes de llegar a la casa de Manuel Centeno intenta no hacer más ruido, el señor está obsesionado con matarlo pues lo culpa de la muerte de su cachorro, sin embargo, Merlín nunca conoció al perrito. 

Consigue esquivar la casa de Centeno y tres casas más adelante llega a su destino final, el hogar de la familia Guido; otra taza con leche espera a Merlín dentro de la cocina, un niño y una niña, que se alistan para dormir, aguardan su llegada para recibir las buenas noches. Merlín también es la compañía de una solitaria y (relativamente) joven mujer que espera a su alcohólico y no tan joven esposo. 

Diariamente, Merlín hace este recorrido hacia la casa de los Guido, le gustaría vivir ahí, pero siente la necesidad incontrolable de volver a la casa de doña esmeralda. A pesar de haber sido forzado a convivir pacíficamente con siete palomas y cinco gatos más, Merlín siente que ellos son su verdadera familia. Pobre gato.

Ya es un poco tarde, Ernesto Guido llegará al portón de su casa, su mujer cansada y con los ojos clavados al televisor tardará al menos cinco minutos en abrirle, porque en las telenovelas, ocurre algo sumamente impactante cinco minutos antes de ir a comerciales. Milena Guido nunca se perdonaría si algún día dejara de ver esos mágicos momentos, como consecuencia, ella ha desarrollado la capacidad que todas las mujeres tienen de hacer muchas cosas a la vez, pero a niveles desconocidos para la mujer promedio. Esto le es útil para terminar con rapidez las tareas domesticas, ayudar a los niños con sus tareas, bañarlos, cocinarles, limpiarles y enterarse si fue el cura el que escondió las cartas que envió Carlos Gabriel a su amada Mariana Isabel. 

El problema es que para su esposo, esos cinco minutos son una eternidad, debido a su condición de alcohólico, Ernesto alucina con las luces y ruidos de la noche, se enfurece y cuando logra entrar a la casa lo primero que hace es balbucear palabras incomprensibles para su esposa, y después de su discurso muele a palos a su mujer. 

Merlín observa en la distancia, corre al cuarto de los niños y observa que están dormidos, pero que reaccionan al escuchar los gritos de su padre, “No llorés puta, que si llorás te doy más duro” , le grita Ernesto a su esposa, las luces de las otras casa se apagan y Milena se traga su llanto, la golpea hasta que cae al piso por el cansancio, Merlín se acerca a lamerle la cara y secarle las lágrimas, y ella se levanta para ir a arropar a su esposo y dormir.

Merlín deja la casa de los Guido después de media noche, una vez que Ernesto se ha levantado a vomitar se da cuenta que todo ha acabado, ya no hay más peligro. Centeno se durmió esperando a que pasara, y  de la rejilla de ventilación no sale más blues, todo está oscuro, pero todo indica a que el humo no ha dejado de salir desde que pasó hace unas cuantas horas. 

En su hogar le esperan sus hermanos gatos y sus “hermanas” palomas, doña esmeralda habrá dejado la luz de su habitación encendida y su radio sintonizando la emisora 109.9 FM. Merlín encuentra su canasta arropada y limpia, se acuesta sobre ella y cierra los ojos. Me pregunto, ¿Con que sueñan los gatos?

Amanece en casa de doña Esmeralda, el día es triste y los segundos transcurren más lento que las horas para Merlín, cuando se levanta a buscar su leche no hay nada, ninguno de los otros tazones tiene leche, y las palomas buscan su arroz en el suelo, pero solo encuentran polvo. Doña esmeralda está enferma, pero se levanta y sirve su leche a los gatos que empezaban a maullar, y  tira su arroz a las palomas para que no la abandonen. 

Doña Esmeralda se esclaviza, empieza a coser retazos, pequeños vestidos para las muñecas de su sobrina que nunca la visitará y que seguramente, nunca ha recibido los regalos de su tía, pero ella sigue haciendo vestiditos y zapatitos de trapo, incluso les borda su nombre. 

Merlín se oculta detrás del sofá y espera a que atardezca, justo cuando se pone el sol sale a ver la tarde naranja y espera con ansias que caiga la noche, negra como sus cabellos y el de sus hermanos, será noche de luna llena, luna color miel como sus ojos. Merlín se desespera con el azul griseado del cielo, pero al ver que las estrellas aparecen y el cielo se torna completamente negro, es feliz, divagará horas con la luz de los astros, hasta que sean las 8:45 pm, su momento de partir.

Finalmente llega a la casa de los Guido, retrasado unos quince minutos de lo habitual por la lluvia huracanada que está azotando la capital. Merlín busca su leche, pero se encuentra con que la taza de la cocina está vacía, no hay señal de los niños, ni de Milena; las luces están apagadas, pero aun es muy temprano para que Ernesto se encuentre en casa, Merlín se dirige al cuarto de los niños y es golpeado por un zapato, su respuesta es inmediata, maúlla y deja el cuarto dando saltos, se percata de que hay un intruso en la casa. Se esconde sobre el techo de la casa, la oscuridad de la noche le permite ser un testigo silencioso. 

El crimen.
Esa noche de lluvia huracanada cuando Ernesto llegó a su casa empezó a gritar para que Milena le abriera, pero el portón estaba abierto y eso le parecía extraño, lo primero que se le ocurrió es que Milena lo estaba engañando con otro hombre, pero él sabía que la pobre mujer no haría eso, solo intenta justificar la paliza que la quería dar. 

Ernesto había sido molido a palos por su padre en el pasado, y luego que el dejara la casa había sido molido a palos por su madre, nunca entendió porque él era el único de sus hermanos que recibía golpes, nunca se atrevió a preguntarlo. Lo triste del asunto es que él había jurado nunca cometer el mismo error, pero así como la necesidad de Merlín de viajar diariamente a visitar a su familia y luego regresar a su casa, la necesidad de Ernesto por violentar a su mujer era inevitable.  

Merlín maulló, intentaba advertirle del peligro pero Ernesto estaba demasiado ebrio, “mujer hija de puta salí, vos y ese maldito salgan de dónde están” gritaba Ernesto antes de llegar a la cocina, “puta, no me hagás esto que te mato… yo te mato” repetía incesantemente, e intentaba no perder el conocimiento. Entró al cuarto de los niños sin saber que lo hacía, no era su costumbre preocuparse por sus hijos, pero quizás una corazonada lo llevó hasta ahí,  quizás su mala suerte, o tal vez quería verlos, después de todo iba a matar a su madre. 

Al entrar a la habitación Ernesto recibió tres disparos en la oscuridad, ninguno lo hirió de muerte, alguien encendió la luz y pudo ver que su esposa y sus dos hijos se encontraban atados, con los ojos vendados y la boca tapada; seguramente notó que los intrusos grababan todo. Las luces de la calle se apagaron y Merlín bajó del techo para observarlo todo. 

Un sujeto delgado y vestido de negro arrastró a Ernesto hasta la cocina y seguidamente lo subió al comedor, ató sus pies y manos, vendó sus ojos y tapó su boca, “Hoy no vas a matar a nadie” le dijo. En ese momento otro sujeto vestido igual que el primero sacó a los niños del cuarto y los llevó a la sala, encendió la televisión, y luego cerró la puerta. Los vecinos no escucharían sus gritos debido al volumen del aparato. 

Mientras Ernesto se desangraba sobre el comedor de la cocina, podía escuchar el llanto de sus hijos, y el silencio martirizante de Milena, que se encontraba sola en la habitación de los niños, inmóvil, angustiada, previendo que esa noche le tocaría morir. Si pudiera hablar con los muertos le preguntaría sobre lo que pensaba en esos momentos, ¿habrán sido sus hijos, su madre, su esposo? Muchas he dedicado a ese pensamiento, y sé que es imposible que alguien responda.

Pasaron horas, y horas, y fueron días para Merlín, que se escondía de los desconocidos, y trataba de ignorar su inevitable deseo de regresar a la casa de doña Esmeralda, no podía dejar solos a los Guido, no esa noche. Los tipos de negro hicieron un desastre dentro la casa, buscaban desesperadamente, pero no estaban seguros si en realidad iban a encontrar lo que buscaban, o al menos algo que les fuera útil. Merlín observaba silencioso, sentía que el final de la familia se acercaba y esperaba no ser más que un testigo de él, aun debía regresar a su casa, junto a sus hermanos y las palomas, junto a doña Esmeralda. Esa noche la casa de los Guido parecía estar en otro mundo, uno lo suficientemente distante para que nadie se enterara la masacre desastrosa que estaba a punto de ocurrir dentro de ella.

Los sujetos discutían en silencio, a pesar de estar cubiertos, parecía que se comunicaban a través de sus pensamientos, movían un dedo un centímetro y el ambiente se cargaba de más hostilidad e incertidumbre, el movimiento de sus pies pretendía acelerar y en ocasiones retardar el inevitable final de la familia Guido. ¿Qué podían hacer, sino lo que había llegado a hacer desde un principio? Revisaron una última vez la casa, pero no encontraron lo que buscaban, y no buscaban nada, todo era parte de su improvisada producción fílmica. 

Uno de los sujetos entró al cuarto de los niños y le pidió a Milena que cantara una canción cualquiera, ella eligió “Incondicional” de Luis Miguel, escuchó que los hombres en la cocina afilaban los cuchillos, pero siguió cantando y dejaba salir lagrimas que humedecían la venda en sus ojos, después empezó a oír los gemidos de su esposo que estaba siendo apuñalado, y gritó “Ay Dios mío, Dios mío ¿qué le están haciendo? Nooo, por favor señor, nooo”. Las estocadas que recibió Ernesto fueron al azar, con mucha violencia y rapidez, algunas incluso no alcanzaron a golpearlo, y algunas gotas ensuciaron el lente de la cámara. Pero Ernesto parecía resistirlas, el siguiente paso fue decisivo, cortaron su garganta. 

Milena seguía llorando en el piso, imploraba al cielo por misericordia, aunque bien sabía que no habría respuesta, los niños no podían escuchar nada debido al sonido del televisor, pero la soledad les tenia impacientes. El sujeto que había apuñalado a Ernesto comenzó a removerle la piel pero el otro lo detuvo, no había tiempo para jugar. Después de asesinar a Ernesto cortaron la garganta de Milena, la apuñalaron y removieron los dedos meñiques de las manos y pies, luego se dirigieron a la sala y asesinaron a los niños, también los apuñalaron, casi veinte veces a cada uno y después cortaron su cabello, sin motivo aparente, las muertes de Milena y sus hijos fueron más rápidas que las de Ernesto, pero se tomaron tiempo para intentar jugar.

 Reunieron los cuerpos y los acomodaron en el sofá, también dejaron las partes que habían cortado dentro de una bolsa, cerraron la puerta de la sala y dejaron la casa. Merlín estaba oculto en algún lado y cuando vio que los intrusos se habían ido, intentó  entrar a la sala, pero le fue imposible, empezó a maullar de tristeza, quería limpiar las lágrimas de los ojos de Milena.

 El Juicio y ¿El final?

Vi a Orozco y Ortiz el día de su juicio, estoy segura de que ellos también me vieron, el rostro de Orozco no expresó descontento cuando la fiscalía mostró la cinta como evidencia en el juicio, algunas personas dejaron la sala al ver tanta perversión, ellos parecían estar presenciando el estreno de su obra maestra, vi  a Ortiz tomando notas, quizás haciendo criticas para futuros trabajos. Es de suponer que en la mente de ambos, su película snuff era una tarea realizada por unos niños, deseosos de aprender y mejorar con el tiempo. El juez detuvo la proyección, después de la exposición de la defensa, el jurado se retiró a reflexionar sobre el veredicto.

Por aquellos días me sentía temerosa, estaba segura que ambos recibirían pena máxima, pero también sabía que dos monstruos como ellos no lograrían cambiar en prisión, mucho menos en un sistema penitenciario como el nuestro, que opta por el castigo en vez de la reinserción de los criminales a la sociedad. 

La decisión del jurado fue unánime, Orozco y Ortiz recibieron pena máxima sin derecho a que la defensa negociara una reducción de la misma. “Los muchachos”, pasarían treinta años en la cárcel. Al momento que escuché el resultado del jurado empecé a recordar todo lo que había ocurrido en esos meses, el día de su captura, que en momentos me parecía intencional, y otras, meramente suerte de la policía, también pensaba en mi historia, pronto podría terminarla, y en doña Esmeralda, y sus gatos y palomas, me preguntaba si se había enterado de que sus muchachos habían cometido uno de los peores crímenes registrados en el año, pero, en especial pensaba en Merlín, mi pobre gato.

Terminé de escribir mi historia, debo admitir que no fue nada fácil, revisé la copia de las cintas, los expedientes, y mis grabaciones y anotaciones personales, innumerables veces para no perder ningún detalle importante. Recibí un poco de atención, muchas críticas destructivas y constructivas, infinidad de felicitaciones de parte de familia, amigos y esos viejos conocidos. Dejé mi trabajo en el canal, tuve la oportunidad de ir a trabajar a un periódico, escribiendo notas de prensa y como trabajo aparte seguí publicando cuentos hasta la fecha.

Con los años la gente olvida, yo también casi lo logro, olvidé a Orozco y a Ortiz, a los Guido, su película quedó guardada en una carpeta que dejé de abrir poco a poco. En fin, los sucesos reflejados en mi historia se convertirían en recuerdos, quizás buenos y malos, pero a fin de cuentas recuerdos, que no merecían volver a la vida. Pero, hoy es el día en que Orozco y Ortiz salen de la cárcel, las autoridades de la penitenciaria aseguran que son hombres nuevos, listos para ser ciudadanos útiles, conseguir un trabajo, formar una familia, pagar impuestos y todo lo que una persona normal está supuesta a hacer en el lapso de su vida.

Yo no me engaño, ha pasado mucho tiempo ya, treinta años, y la mirada de esos hombres sigue siendo la misma, son monstruos, monstruos que meramente quieren jugar, pero esta vez no será tan fácil atraparlos, habrán aprendido mucho dentro de la cárcel, y querrán ponerlo en práctica, sin ser atrapados o descubiertos. Me pregunto ¿Quién será el próximo testigo silencioso?

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