viernes, 2 de diciembre de 2011

Caprice


I

El encierro, puede llegar a ser mortal, las paredes escuchan y ven, pero guardan silencio; la luz y la oscuridad llegan a ser una misma cosa, un estorbo; el deseo de salir es más devastador que el mismo aislamiento, incluso más devastador que la fatiga por el calor: El encierro, puede llegar a ser la muerte, pero la muerte en sí, es una forma de vida. 

Si uno es víctima, o auto-víctima  de la reclusión, lo ideal es procurar no perder la razón, incluso después de muerto, lo ideal es el arte, como medio de expresión, es necesario, vomitar las ideas sobre cualquier elemento que las resista: Así, vivo o muerto, uno puede estar más tranquilo.

II

Xavier parece ser víctima del encierro, pasa horas sentado sobre una banco de madera, observando fijamente la misma pintura que comenzó hace meses y no ha logrado terminar. El cuarto en el que decidió confinarse es una de las salas del teatro Rubén Darío, más específicamente, un pequeño cuarto que está situado detrás del telón. 

Comenzó a pintar mujeres, muchas mujeres en diferentes espacios y tiempos, pero no ha logrado encontrar a la indicada, ha borrado numerosas veces las pinturas y esta lleva varios días en negro, la paleta de colores y los oleos se encuentran regados en el piso.

En el pequeño compartimiento solo hay una mesa que Xavier considera inútil, pero, que no puede mover, una vieja radio, que pueda escuchar solamente cuando no hay presentaciones en la sala, un espejo de baño, que Xavier no se atreve a mirar, y su banco: No necesita cama, su frustración no le deja dormir.

III

Por la madrugada Xavier decide pintar, comienza imaginando a una bella violinista tocando una preciosa melodía en alguna de las salas del teatro, la imagina como un personaje simbólico de una obra de teatro, que se pasea desnuda entre cada escena anunciando lo inesperado. La ejecución de su instrumento y su actuación están dotadas de hermosura, cada nota lleva consigo una carga emocional tan intensa que incluso atrapa al director de la orquesta, que deja de mover sus brazos suavemente a medida que la escucha.

La imagen de Xavier empieza a formar parte no solo de su mundo imaginario, sino, del real, lentamente empieza a escuchar que alguien toca el violín a lo lejos, y de momento piensa que todo está en su mente, pero las sonidos se cruzan y hacen que vuelva en sí.

A lo lejos suena “Nostalgia”, una canción del maestro Yanni, el violín no tiene ningún instrumento que le acompañe, pero la canción no pierda la magia que le caracteriza. Xavier no sabe qué hacer, desea perseguir el sonido para descubrir quién ejecuta tan maravillosa pieza con tanta perfección, pero teme dejar su encerramiento y, más teme descubrir que su cárcel le ha hecho delirante.

IV

Xavier decide irremediablemente correr detrás de la bella música, las escaleras y salas del teatro se convierten en un frustrante laberinto que debe recorrer de arriba abajo y de lado a lado, encontrar al violinista parece imposible, así que se recuesta sobre una pared e intenta imaginar que los sonidos desaparecen, pero no lo consigue.

Cada vez la ejecución se vuelva más intensa y la dirección del sonido más clara. Xavier recorre de nuevo los pasillos del teatro, y un viejo pasadizo lo lleva a una sala que desconocía, en el escenario estaba ella, casi desnuda, de espalda a los asientos del público. Una manta negra le cubría la cintura, sus cabellos eran rubios y largos, y tocaba Nostalgia con un violín rojo.

Parecía ignorar la presencia de Xavier, por lo que él decidió observarla y escuchar dos interpretaciones más. 

Cuando ella terminó, él empezó a aplaudir y a gritarle maravillado, bajó las escaleras a la mitad, y desde ahí siguió expresándole su admiración, pero ella permaneció en el mismo sitio, con la cabeza abajo y se dispuso a interpretar la misma canción una vez más. Xavier siguió bajando las escaleras y subió al escenario para observarla más de cerca. 

La violinista terminó de tocar la canción y Xavier le habló pero ella seguía ignorándolo, repentinamente él pensó que podía tratarse de una artista sorda y ciega. Con los pies y manos temblorosas se le acercó y empezó a tocarla suavemente, ella respondía tímidamente a sus caricias, pero no se movía del mismo sitio dónde él la había encontrado. Repentinamente, ella habló:

— ¡Armando! Lo lamento, no puedo evitar que regrese, por más que lo intento siempre vuelve a mí, con sus elogios y caricias, no puedo hacer que se valla, lo siento mucho. — dijo, dirigiéndose a un hombre que se encontraba sentado en la tercera fila de asientos.

—Lucía, querida, ni a mí ni a vos nos conviene pasar horas en esta sala intentando ahuyentar a tus fantasmas. No tengo dudas de tu talento como violinista, pero no puedo permitirme, ir por ahí cuidándote de tus alucinaciones. El doctor ya te dijo que no estás enferma, ¿Por qué entonces lo seguí viendo? — Le respondió el hombre desde su silla.

Xavier sin duda se encontraba desconcertado, se perdía en la discusión entre la bella violinista y aquel sujeto desconocido que no salía de las sombras y quiso intervenir para llamar su atención,
— ¡Estoy aquí! Por si no lo han notado, puedo escucharlos, vine desde el costado este del teatro, escuché a la violinista interpretar  Nostalgia mientras pintaba un cuadro — expresó Xavier, pero sus palabras eran mudas.

El hombre que estaba en la tercera fila se levantó y dijo:

—Volveré en unos momentos, seguí tocando, probá con otra canción, yo te escucharé mientras recorro los pasillos, y por favor Lucía, no dejes que él regrese.

Lucía, procedió a interpretar  Adagio y Preludio, cerró sus ojos e imagino que Xavier desparecía y no volvía jamás.
V

Xavier desaparece y se encuentra sentado sobre su banco, observando la pintura de la violinista, toma su oleo negro y la deshace. La frustración toma posesión de él, pero esta vez su inquietud no viene de la sensación de reclusión, o de la imposibilidad de vomitar sus ideas sobre el cuadro, sino, de complejidad que representa su inexistencia.

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