José decía- Cuando yo muera, no lloren- pero José murió llorando. Han pasado cinco años desde que mi buen hermano murió, y todavía lo escucho gritando cuando me paseo por la casa. La paz y tranquilidad han desaparecido desde su muerte, no he podido encontrarlas en otro lugar que no sea su tumba. Aunque me siento el único capaz de habitar nuestro antiguo hogar, he intentado numerosas veces alquilarlo, pero los clientes se quejan de no poder dormir, de escuchar cosas, de ver sombras, en fin, les parece inhabitable.
Nuestros familiares empezaron a marchar luego de la muerte de mi hermano, ya habían tenido suficiente cuidándolo en vida y durante sus momentos de agonía. Su ausencia era fatal, pero al escuchar sus gritos de dolor o sentir su fría presencia rondando por la casa después de muerto, eran dominados por el miedo y poco a poco se fueron despidiendo, uno tras otro, la primera de ellos fue mi cuñada, Dolores.
Por aquellos días miraban a Dolores como una santa, no los culpo, ella cuidó a José más que nadie, aun cuando él no fue bueno con ella mientras estuvo vivo. Cerca de la media noche la escuchaba cantar las canciones favoritas de José hasta hacerlo dormir, luego se escabullía a tocar mi puerta. La imagen de Dolores como una sombra rodeada por un aura luminosa aun permanece en mis recuerdos, y su olor, el sabor de sus labios, el de su cuerpo aun son míos y lo serán por siempre.
A penas pienso en el día que marchó, cuando pienso en ella, la imagino en mi cama, o cuidando a mí hermano, a veces con mi hermano y yo en la cama, a José nunca le resultó difícil compartir, debo admitir que eso me sirve de consuelo. Podría jurar la vi el otro día dejando flores en la tumba de mi hermano, quizás es ahí donde ella también siente paz, pero no sabría decirlo, solo tuve el valor de observar, además, todo pudo ser un producto de mi imaginación.
No importa si Dolores no está, la prefiero en la distancia física y en la cercanía de mis pensamientos. ¡La santa mujer! ¿Quién lo diría?, los ángeles también se derriten por probar el pecado, pero ella no era ningún ángel, ella era pecado. Créanme cuando lo digo, estas afirmaciones, las hago no solamente por haberme revolcado con ella.
Después del fallecimiento de mi hermano todos creímos haber visto el rostro más oscuro, doloroso y cruel de la muerte, pero si alguien realmente le dio vida y lo moldeo con sus manos, esa fue Dolores. Ella preparó una muerte lenta y dolorosa, casi fantasma, no dejó rastro de su crimen, cuidaba a mi hermano para no perderse un segundo de su agonía, ¿venganza? ¿Locura? Ahora no importa, yo no soy inocente, mis ojos fueron testigos pero se cerraron, por pasión y lujuria, al final ella calló mi boca con su cuerpo. Pero hasta ahora no ha callado la tuya, ¿verdad José?